martes, 26 de julio de 2016

Una noche mágica con Rod Stewart bajo las estrellas en Cap Roig

Ese canalla romanticón volvió a enamorarnos. Hacíamos las maletas para ir a ver a Rod Stewart con un punto de escepticismo: sus mejores años están muy lejos, sus últimos discos nos habían dejado fríos, incluido ese de versiones a lo crooner que parecía un recurso fácil de artista maduro para hacer dinero y no convenció a nadie. Lo último que firmó fue un elepé correcto sin más, Another country, que no ayudó a generar grandes expectativas. Tampoco Rod, perdonen sus fans más entregados, ha sido en realidad un número uno. Sí tiene un buen puñado de canciones memorables. Tiene carácter, personalidad, descaro, ese pelo de punta amarillo chillón, esa voz rota adorable. Pero sobre todo es un pedazo de profesional, y nos hemos fustigado tras el concierto por ponerlo en duda.
El escenario, idílico. Cap Roig, la finca gerundense en la que un millonario ruso construyó un castillo para su princesa rodeado de pinos frente a un mar abrupto. La noche del 9 de julio de 2016, perfecta, presidida por el glamour. Mucha gente guapa en el festival. Primera sorpresa: antes que Rod aparece en el escenario su big band: mucha gente con mucho talento. Coristas que cantan, bailan y llenan el escenario. Despliegue de instrumentos: violines, mandolinas, arpas cuando hacen falta, también en manos de mujer. Y para el rock una banda masculina no tan básica: dos guitarras, dos baterías (hasta tres llegaron a coincidir en la percusión), bajo, saxo y teclados. Sonido compacto, completo, envolvente. En total doce músicos sobre el escenario. Aquí os dejamos un vídeo resumen de Efe para que veáis el ambiente, y enseguida entramos en detalles.


Lentejuelas, tacones, chaquetas brillantes. Muy al estilo Las Vegas. Por un momento pensamos en Elvis, en Sinatra, en esas figuras sin igual que se rodeaban de muchos músicos para apabullar al público. Lo que no quita protagonismo al líder, sino que lo refuerza. (Lo de Las Vegas no es una licencia: es que va a encadenar nueve conciertos en el Caesar Palace en agosto).
Segunda sorpresa: hubo versiones, sí, él siempre las ha hecho, pero las de toda la vida, y casi nada de sus últimos discos. Nada del último, cosa extraordinaria en estos tiempos (y que agradecimos, aunque hay ahí un reagge simpático y alguna de aires celtas que habría encajado).
El concierto, entonces, se basó en exprimir el repertorio propio más clásico, el de ese rockero de los setenta (compañero de Ronnie Wood el Stone en los Face) que coqueteó con la estética punk en los ochenta pero desde esa facha se entregó a su lado romántico.


En el escenario, Rod está en su salsa, aunque se dosifica. Hizo un descanso a mitad de concierto, y en además se ausentaba a ratos. Pero mientras actúa se le ve con todo su carisma, con esa chulería encantadora, y gasta bromas al escenario, intenta que el público cante (con éxito irrregular) y lanza infinidad de balones de fútbol, y baila con las chicas, y desfila con toda la banda, y llega un momento en que todos se sientan y nos regalan un unplugged reposado como el de ese disco que lo devolvió en 1993 al primer plano.
Quizás no nos habíamos preparado bien el concierto para darnos cuenta de que Stewart tenía mucho más que un puñado de canciones memorables. Son varios puñados. Casi todas las interpretadas esta noche mágica (21) las teníamos grabadas en las neuronas, quizás en algún rincón escondido que se reactivava en los primeros acordes.
Aquí tenéis la lista de canciones: la banca calentó ánimos con Soul finger a modo de intro; Rod apareció para un arranque en esa clave soul, Having a party, que empalmó con un himno ochentero, Some guys have all the luck, y con ese homenaje a los Isley Brothers que es This old heart of mine.



Y llegó el primer baladón: Tonight's the night, que invitaba a levantar la vista a las estrellas, o darse la vuelta y ver el horizonte aún iluminado en el tardío atardecer de julio. No tardó en sonar otra maravilla: ese Forever young para el que se rodeó de guiños celtas, con las chicas de los violines en faldita escocesa empleándose a fondo. Y antes de acabar la primera parte unas buenas dosis de rock and roll del más guitarrero, incluido el Sweet Little Rock and Roller de Chuck Berry y el Stay with me de su época con los Faces.
Tras el descanso, comienzo romanticón pero otra vez con toques celtas el de Rithm of my heart. Y uno de los platos fuertes de su repertorio: Maggie May. Sonó preciosa con esa mandolina, una canción alargada convenientemente. Aquí sí consiguió que el público cantara.



Poco después otro baladón: I don't wanna talk about it, de los Crazy Horse de Neil Young pero que le hemos oído más veces a él; o la melosa Have I told you lately, de Van Morrison. Este fue el rato de estar sentaditos, aunque las coristas no se estaban quietas ni sobre la silla. Bonito, bonito.
No sabemos si porque se cansa o porque le apetece un copazo, Rod se ausentó para dejar a sus chicas (gran voz ) cantando Young heats run free; después vino una espectacular traca final con los clásicos entre los clásicos: primero, otro himno ochentero, la inmortal Baby Jane; luego la stoniana Hot legs; por fin, la que más ganas teníamos de escuchar: I am sailing. Y no podíamos acabar sin esa sensual, funky y llenapistas de nuestra adolescencia que se llama Da ya thing I'm sexy? Que, por cierto, es su tema más famoso pero no el que mejor le representa. 21 canciones, como había anunciado, y nada de bises, que a Rod no le gusta ese paripé de que el público pida más y la banda toque la canción más famosa de todas. Cuando sonaron las dos últimas ya sabíamos que no había más balas en al recámara.



¿Y qué dijo la crítica? Nos ha gustado la de Salvador Llopart en La Vanguardia. "Anoche Rod Stewart recordó su pasado con alegría. Miró hacia atrás sin ira, y volvió a cantar buena parte de los hits que lo han hecho grande. Pero uno diría que cantó de otra manera. Sin la insensatez de­satada del loco borrachuzo que fue, sin la urgencia de antes".
Recuerda Llopart que Rod casi se destroza para siempre la garganta tratando de cantar canciones que no eran para él. Pero esa noche "se notaba que Stewart ha aprendido cuál es su sitio y sabe jugar en la zona de confort. Ahora es un cantante sabio, capaz de orquestar un espectáculo entretenido y profesional. Con el rock en el centro. Rodeado de una banda más que competente: diez personas –seis mujeres entre ellos, con faldas escocesas– riéndose por el escenario bajo un resultón juego de luces,v girados al blanco al azul. Un show a lo grande. Con dos partes. ¿Dónde fue Rod Stewart? Por un momento Cap Roig parecía las Vegas. ¡Viva Las Vegas!".
En El Periódico de Catalunya, escribe Jordi Bianciotto y compartimos algunas de sus conclusiones:
"El rock puede darse mucha importancia y fundirse con la trascendencia, o bien asociarse con la diversión, la excitación y las emociones terrenales. En esa segunda categoría, sin complejos, se ha situado siempre un Rod Stewart que, a los 71, se siente fenomenal repasando las páginas doradas de su vida en espectáculos vistosos, un poco kitsch, un poco disparatados, llenos de 'hits', como el que este sábado ofreció en Cap Roig. (...) Stewart no vino a presentar un repertorio nuevo con el que pretendiera reinventarse,a lo Tom Jones, sino a reafirmar sus logros de cinco décadas. Con, quizá, un punto añadido de desenfreno".
Convincente el viejo Rod, sin complejos, con toda su chulería de gamberro escocés, con todo el romanticismo de los canallas. Pedazo de concierto. Pedimos humildemente perdón por haber dudado de tu talento, Rod. No te vayas de nuestras vidas. Navegaremos contigo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario